viernes, 22 de julio de 2016

SOBRE LA VIDA EN “PROCYON” (PRIMERA PARTE)

Los lectores habituales de la serie habrán descubierto, quizá con un cierto estupor, que al menos dos o tres planetas de cada sistema planetario de la Federación albergan formas de vida autóctonas (vida no inteligente, que de eso va este cómic). Esto podría parecer normal si consideramos la obra como una mera fantasía de ciencia ficción a las que el cine y la literatura nos tienen tan acostumbrados, pero resulta del todo chocante si con lo que lo comparamos es con las noticias sobre exploración espacial que la NASA y otras agencias nos van ofreciendo. En el Sistema Solar hay muchas cosas maravillosas pero, excepto en La Tierra, por supuesto, la vida brilla por su ausencia... ¡al menos de momento!
¿Por qué he decidido que la vida sea algo omnipresente en “Procyon”? ¿Por qué, vayan donde vayan los personajes, descubren animales y plantas alienígenas? ¿Es una simple fantasía? ¿Es solo para dar ambiente a los libros? ¿Es para divertirme haciendo fichas para este blog? En este artículo intentaré dar respuesta a estas preguntas aunque para ello tenga que meterme en un auténtico berenjenal. Ya que me voy a tirar diez años componiendo esta obra (¡que ya van cuatro, caramba!) procuro reflejar en ella, aunque solo sea de pasada aquellos temas que desde crío pican mi insaciable curiosidad y, qué duda cabe, el de la vida misma es uno de ellos.
Este es un asunto peliagudo y complejo en el que chocan frontalmente las más diversas teorías biológicas, físicas, filosóficas y religiosas, dejando poco margen de maniobra a los que modestamente queremos aclarar conceptos.
¿Qué es la vida? Esta es la pregunta del millón. Todo el mundo cree saber lo que es la vida y cuando se plantea esta cuestión evocan en su memoria, con total automatismo, imágenes de flores, mariposas, pajaritos y bebés sonrosados, Nada más lejos de la realidad. En su inmensa mayoría, los seres que comparten ese atributo que llamamos “vida” son organismos unicelulares: bacterias, protozoos, algas cianofíceas, arqueas, virus y una multitud de microorganismos que aún no han sido catalogados o ni siquiera se han descubierto. Los seres pluricelulares (como nosotros) son una rareza. Que grupos más o menos numerosos de esos microorganismos se hayan asociado, especializándose por cuadrillas para realizar funciones específicas, es un avance evolutivo que muy pocos de esos seres han experimentado. ¡Y de alcanzar la inteligencia ni te cuento!
¿Qué es lo que define la vida? ¿En qué se diferencian esos organismos que llamamos “vivos” de otras estructuras químicas de las que decimos que “no están vivas”? En principio, dicen los que saben de esto, los “seres vivos” se distinguen por compartir tres características fundamentales: tienen capacidad de autorreplicación (que se reproducen, vaya), tienen un metabolismo (un intercambio físico-químico con el medio que les rodea) y una cubierta que les aísla de entorno. Así de simple... ¡y así de complejo! Porque para que se cree vida en algún lugar del universo las tres características tienen que darse a la vez. Se conocen moléculas y cristales complejos con capacidad de crear copias de sí mismas, estructuras químicas que interaccionan con el medio en que se encuentren, alterándolo sin remedio, y vesículas corpusculares de naturaleza lipídica que aparecen espontáneamente en los lugares más insospechados. De ninguna de estas cosas se puede decir que estén “vivas” porque carecen de alguna de las otras características antes comentadas.
La vida tal y como la conocemos está basada en la prodigiosa capacidad del Carbono para combinarse de infinidad de formas y maneras (algunas de ellas de reciente descubrimiento, como el grafeno, que ha dado lugar a un avance significativo de la nanotecnología). En otros lugares del universo puede haber aparecido vida basada en algún otro elemento de la tabla periódica, ¿quién sabe? (el silicio, por ejemplo; un primo hermano del Carbono) Pero ninguno de ellos muestra la increíble versatilidad del Carbono para producir moléculas complejas. Por eso a la química del Carbono la denominamos “Química Orgánica”.
Cabe decir, aunque solo sea a título de curiosidad, que en los primeros millones de años del universo no existía el Carbono. Después del Big Bang los únicos elementos que había eran Hidrógeno y Helio. Los elementos más pesados fueron creados en el corazón de la primera generación de estrellas. Cuando estas estrellas primigenias concluyeron su ciclo vital y estallaron, regalaron al universo los elementos fundamentales para que apareciera la vida en él: Oxígeno, Nitrógeno, Fósforo... y, por supuesto, Carbono. Así pues, como decía Carl Sagan, estamos hechos de “polvo de estrellas”.
Imaginad: Millones de años después del Big Bang, tenemos un sistema planetario en formación. En el centro de la nube de polvo en rotación que dejó la explosión de una supernova empieza a lucir una joven estrella, quizá de tercera o cuarta generación (como El Sol). En torno a ella se van agrupando los materiales de derribo formando montones que serán el germen de los futuros planetas. ¿En cuáles de ellos podría aparecer la vida? Los que sean capaces de poseer Agua Líquida, por supuesto. El agua es la clave de todo. Es el disolvente natural más extendido del universo y el medio neutro ideal para que floten esas moléculas que se organizarán para crear vida. ¿Y en qué planetas de ese sistema que estamos imaginando habrá agua líquida? Los que estén a la distancia adecuada de la estrella para tener una temperatura superficial entre 0 y 100 grados ¿es así? Sí y no. Recientes investigaciones han descubierto que en el interior de algunos satélites de planetas gigantes también puede haber agua en estado líquido por muy alejados de su estrella que estén (Encelado y Europa en Júpiter, por ejemplo). La fuerte gravedad de estos planetas calienta el núcleo de sus satélites y hace, por tanto, que el agua que puedan contener permanezca en estado líquido. Ahí también puede haber vida, ¿o no?
Recapitulemos. Tenemos un planeta rocoso en formación, con su vulcanismo desbocado, sus desaforadas tormentas, meteoritos y cometas que caen día sí-día no del cielo... y sus charcas de agua sucia (pero líquida) donde junto a litros de ácido sulfúrico, clorhídrico, y alguna que otra porquería más flotan indolentes esas moléculas de algún compuesto de Carbono que de forma milagrosa darán lugar a la vida. ¿Cómo? Pues ni puñetera idea. En el siglo pasado, dos osados científicos (Miller y Urey creo que se llamaban) realizaron un experimento notable: En un sofisticado crisol vertieron unas medidas de las sustancias que creían debían existir en esa Tierra primigenia, lo cerraron herméticamente y lo sometieron a fuertes sacudidas, descargas eléctricas e intensas radiaciones. Cuando consideraron oportuno lo abrieron y descubrieron, con alegría y decepción a partes iguales, que se habían creado aminoácidos (“los ladrillos de la vida”) pero nada que pudiera considerarse “vivo”. ¿Y qué esperaban? ¿Obtener en unos meses lo que a la Tierra le costó millones de años? ¡Lo sorprendente hubiera sido que al abrir el crisol hubiera salido un hámster!

La semana que viene os hablaré de ARN, ADN, entropía y sobre qué demonios tiene todo esto que ver con el cómic “Procyon”. ¡Hasta pronto!


R. MACHUCA-16

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