sábado, 18 de febrero de 2017

SOBRE EL INCIERTO FUTURO EN PROCYON

Cuando en la página 99 del LIBRO 4 la ex-agente Cinco-patos pregunta al asesino Procyon “¿qué es una bifurcación?” éste le contesta que es algo que tiene que ver con la Mecánica Cuántica. Creo que el asunto precisa una somera explicación y ahí va.
Desde la más lejana antigüedad, el ser humano se ha interrogado sobre el misterioso mecanismo que hace moverse al Sol, la Luna, los planetas, y, por extensión, a todas las cosas materiales que ocupan la superficie terrestre. Cada pensador, a base de pensamiento bruto, daba con una explicación, a cada cual más pintoresca. La que más influencia tuvo a lo largo de la historia fue la que dio Aristóteles. Este sabio griego, como muchos otros antes que él, concebía un universo concéntrico y pequeñito (de bolsillo, por así decirlo), en el que lo sólido (elemento Tierra) ocupaba el lugar central, lo líquido se extendía a su alrededor (elemento Agua), lo gaseoso envolvía a todo lo anterior (elemento Aire) y, por último, el material de que están hechas las estrellas (elemento Fuego) rellenaba las capas más externas. (Él añadió de su cosecha un quinto elemento, el Éter, para explicar qué había más allá de esa caprichosa construcción, un lugar que, sin duda alguna, estaría reservado a los dioses). Como los antiguos griegos aborrecían la idea del espacio vacío, todo aquel conjunto permanecía bien apretado de modo que las cosas estuvieran en estrecho contacto unas con otras provocando que si algo se movía “empujase” a lo que tenía a su alrededor. El mecanismo pues que explicaba el movimiento según Aristóteles era evidente (o eso creía él): todas las cosas tenderían a juntarse con aquellas otras que comparten su misma naturaleza, por eso, las piedras caen hacia “el centro del universo” donde esta “lo sólido” y el humo tiende a elevarse hacia el cielo, donde esta “lo gaseoso”. Al hacerlo, “empujan” a lo que les rodea y hacen que todo permanezca en movimiento. ¿Se entiende?
Hoy en día, esa concepción del universo se nos antoja absurda y ridícula aunque hay que reconocer en ello un profundo esfuerzo intelectual para unas gentes que se limitaban a pasear por el campo mirando las nubes y que no realizaban una medición ni un puñetero experimento aunque los mataran. Pero el caso es que los que vinieron después tampoco hicieron demasiado: ¡aunque parezca mentira, esta idea del universo aguantó en pie hasta el Renacimiento y más allá!
Veamos. En los siglos XVI y XVII, sabios como Galileo, Kepler y, por supuesto, Isaac Newton estudiaron en profundidad el movimiento local y planetario y dedujeron leyes físicas, que apoyadas en fuertes fundamentos matemáticos, desterraron todas esas anticuadas ideas sobre los cuatro elementos y sus esferas de influencia. La idea del universo fue creciendo en tamaño y complejidad y el movimiento se hizo medible y sujeto a estrictas leyes que operaban en un lenguaje matemático que podíamos manejar (La teoría de la Gravitación Universal, of course). Pero, por desgracia, toda aquella revolución intelectual preservó una incómoda idea incrustada ahí desde el inicio: el Determinismo; el universo concebido como un gigantesco mecanismo de relojería donde causas y efectos se iban sucediendo sin fin y donde no cabían la aleatoriedad y, lo que es peor, el libre albedrío. Dadas unas condiciones iniciales sería posible decir con exactitud y sin sorpresas todo lo que sucedería a continuación. Ni qué decir tiene que los científicos de esa época reservaban el ámbito de actuación del libre albedrío al alma inmortal pero esa es una explicación más religiosa que científica y, por tanto, no sujeta a ningún tipo de experimentación.
Con la llegada del siglo XX, cuando parecía que ya todo estaba dicho en Física, dos nuevas teorías irrumpieron en el panorama de la ciencia como un elefante en una cacharrería. La primera, la Teoría de la Relatividad de Albert Einstein, constituía una potente generalización de la Teoría de la Gravitación Universal de Newton, con la genialidad de transformar el Tiempo, ese gran desconocido, en una dimensión más del universo en que habitamos. Produjo un cierto desasosiego entre la comunidad científica el hecho de que, entre sus implicaciones, predijera que diferentes espectadores pudieran percibir de formas distintas el mismo fenómeno físico. Era como si la realidad perdiera algún grado de coherencia. Pero aquello no pasaba de ser algo casi anecdótico en el momento en que se enunció (no tanto ahora, en la época de los satélites de comunicaciones y del GPS: el Tiempo pasa más despacio para ellos, allí arriba, y tienen que tenerlo en cuenta en sus mediciones). La Relatividad, en el fondo, respetaba el sacrosanto Determinismo.
La segunda gran teoría física del siglo XX fue la Mecánica Cuántica. Y en ella todo era distinto. El auge del estudio de las partículas subatómicas desveló un nuevo mundo que parecía ajeno a cualquier ley de la mecánica clásica... e incluso a las del mismísimo sentido común: Las partículas ya no podían ser concebidas como objetos materiales sino como meras ondas de probabilidad, algunos parámetros pueden ser imposibles de medir aunque afinemos infinitamente nuestro instrumental, lo que ocurra en la realidad puede depender de que haya alguien observando o no, y, lo más drástico y fundamental, algunos sucesos pueden no tener una causa definida sino ocurrir por puro azar.
Los popes científicos del mundo entero se opusieron con uñas y dientes a la nueva teoría (Einstein dijo aquello de que “Dios no juega a los dados”, ya sabéis). Pero cuantas más objeciones le pusieron, más pruebas a favor se encontraron: Es la teoría científica más probada de la historia. Y, en cuanto a lo que aquí no ocupa, es la primera en sortear la barrera del Determinismo: Hay sucesos que ocurren por mero azar, esto es, ocurren o no independientemente de que exista alguna causa que los provoque (La desintegración de algunas partículas subatómicas, por ejemplo. Se habla de “vida media” del neutrón o del muón porque es imposible saber cuándo puede ocurrir su desintegración. Ni idea, oiga). El mecanismo de relojería del universo tiene algunas fisuras y puede que no marque la hora exacta. Y, en cualquier caso, ¿cuál demonios es la hora exacta?
El hecho de que algunos sucesos puedan producirse aleatoriamente conduce a una curiosa consecuencia: Mientras que la Física Clásica describía la evolución hacia el futuro del universo como una amplia autopista sin desvíos ni cambios de sentido, la Mecánica Cuántica la presenta como un nudo de caminos lleno vías secundarias y ramificaciones que serán tan anchas o estrechas como alta o baja sea la probabilidad de que los sucesos que generan cada bifurcación ocurran o no. Como dice Procyon en el LIBRO 4, el futuro no está escrito sino que se va construyendo a medida que los sucesos y las decisiones van teniendo lugar. ¡Adiós al Determinismo!
Alguien podría objetar: “Hombre, azar y libre albedrío no son exactamente lo mismo”. Es cierto. Pero los estudios sobre neurociencia cada vez están dejando más claro que los procesos que ocurren dentro de nuestro cerebro están regidos por la Mecánica Cuántica; algo que se venía intuyendo y que deberá tenerse en cuenta en la creación de Inteligencia Artificial (Y que, como ya habréis supuesto, será materia de uno de estos artículos del blog cuando lleguemos a ese tema en la serie regular).
Una última curiosidad: En los años 50, el físico Hugh Everett (1930-1982) propuso la alocada teoría de que cuando la realidad llega a una bifurcación cuántica temporal y, por azar o por decisión consciente, se toma uno de los posibles caminos que aparecen, el otro, el camino que no se ha tomado, no se disuelve en la nada sino que coexiste con el nuestro creando un “universo paralelo” que no podemos percibir. Un ejemplo: Somos unos indecisos patológicos incapaces de elegir qué calcetines nos vamos a poner para salir a la calle. Decidimos pues lanzar una moneda: si sale cara nos pondremos los rojos y si sale cruz los azules. Lanzamos la moneda, sale cara, y unos minutos después estamos saliendo por la puerta con nuestros pies enfundados en los calcetines rojos... Pero también existe el mundo paralelo en el que salió cruz y marchamos con los calcetines azules... E incluso otro en el que decidimos no lanzar la moneda y llevamos puestas unas frescas chanclas... ¡Y otro en el que ni siquiera hemos salido a la calle! A esta construcción se la suele denominar de “Mundos Alternativos” y, como es fácil suponer, entra más en el campo de la metafísica o de la religión que en el de la ciencia dada la imposibilidad de refutar sus argumentos. Aun así, la cosa ha tenido un fructífero recorrido en la Ciencia-ficción desde que en los años 30 Jack Williamson escribiera un relato sobre el tema (de él se tomó la denominación de “puntos Jonbar” a lo que yo llamo “bifurcaciones”). En este tipo de relatos se explora qué hubiera ocurrido si un acontecimiento histórico de vital importancia hubiera ocurrido de forma diferente a como lo hizo: qué hubiera ocurrido si Alejandro Magno no hubiera muerto tan joven, si Roma hubiera perdido las Guerras Púnicas, si la Armada Invencible hubiera hecho honor a su nombre, si Napoleón hubiera ganado en Waterloo o Hitler la Segunda Guerra Mundial. (El subgénero llamado “Steampunk” también tiene que ver con esto, ¿no?). En cualquier caso, creo que el hecho de salir a la calle con los calcetines de un color u otro no supondría un grave cambio en la historia de la humanidad... ¡pero nunca se sabe!


R. MACHUCA-2017

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